Esta coluna é minha, onde conto estórias ficcionais, mas excepcionalmente nas próximas edições cedi espaço para um autor internacional. Isso mesmo que você acabou de ler... Um autor internacional. Lembrando que estará disponível a versão original e logo após a sua tradução. Fiquem agora com o primeiro conto escrito por ele.
(Versão original)
La Convención sobre Gastronomía Regional tuvo lugar en Río de Janeiro. Las delicias culinarias de los chefs de varias partes del basto y bello Brasil salieron a relucir, y claro, al final de cada sesión todos comíamos aquellos manjares que nos hacían ser los más agraciados habitantes de este planeta llamado Tierra. La yuca y la tapioca eran sólo una pequeña, minúscula muestra de la riqueza cultural de la cocina brasileira. Carnes y frutas, pescados y vinos nos tenían absortos a todos los congresistas. Aquella muestras de la cocina, era la culminación de un año de trabajo de los chefs de esa nación hermana. Habían trabajado con coraje, con denuedo y con pasión, habían recorrido todos los rincones de esa inmensa tierra y habían recolectado para nosotros las recetas de los pueblos nativos y de las grandes ciudades que en su diversidad tienen sus tesoros. Yo salía temprano a tomar el sol a las playas de Copacabana, a contemplar el mar y sentir su espuma en mis pies. Caminaba tomando el aire fresco, la brisa me llenaba el rostro de la delicia del mar. Las olas, con su música acompasada y rítmica me llevaban a pensar en el baile, en las batucadas, en la samba lúdica, en el movimiento de las mujeres que aquí en estas tierras son únicas y tienen el ritmo pegado al cuerpo. Yo había visto a una mulata de fuego, Karla, me faltan palabras para describirla, de verdad, la vi y quedé mudo. No tuve palabras. Quedé estático. Claro, ella, mujer al fin, mujer sabia, mujer tocada por Venus, se dio cuenta de mi azoro. Llegó hasta mi, me tomó del brazo y me abrazó. Claro que ella sintió que de mi ser salía la chispa del amor, que de mi cuerpo brotaban luces, que su piel me producía calosfríos ignotos. Y resulta – sorpresas, paradojas que la vida ofrece - que ella era una chef que venía de Recife, y desde el primer día me había visto. Yo también la vi, pero no reparé mucho en ella. Los amplios vestidos que portaba en el congreso ocultaban sus encantos. A partir de ese instante mágico fuimos uña y carne. Ella expuso en su turno el cómo preparaban la carne de los capibaras, las yerbas y las sales, y los finos cortes, y el que los carbones que no debería de estar arrebatados, daban como resultado un platillo que en su región era un manjar suculento. Al terminar su exposición, fue felicitada, todos probamos aquella delicia. Un vino blanco nos dio más calor del que ella me producía. El café espresso fue la culminación... Pero ella, mi mulata grande, mi mulata cocinera de altos vuelos, y claro, yo, teníamos el más simple de los planes: ir a la playa, ponernos nuestros trajes de baño, y jugar un futbolito de playa con otros chefs que se habían sumado al jolgorio. Las piernas de mi mulata, que el deporte de la patada le habían formado, eran dos columnas que soportarían el peso del universo. Y su risa y su encanto tan lleno de luz y de sol y de aire y de plenitud, la hacían a mis ojos, y de otros cuántos envidiosos chefs, ser una atracción lúdica y plena de pensamientos pasionales. Total, terminó el juego, ella anotó – y por desgracia yo era el portero - tres goles. Imposible pararlos, sus tiros eran más certeros que los de Pelé y de Garrincha y de Kaká. Yo por más esfuerzo que hice nunca pude detener aquellos trallazos salidos de sus maravillosas piernas. Fin. Sí. Pues esa es la historia, mi querida Karla. Hasta allí puedo contar. Sí, soy caballero antiguo y no puedo narrar los episodios siguientes, los que viví con mi mulata, son un secreto, secreto que guardo con celo brasileño. Pero, las enseñanzas de esa Convención Regional, el sabor de los platillos que gustan con enorme placer todos los brasileños, fueron de una grata experiencia. Y mi mulata, bella y además chefs ilustre y yo... hicimos que la alta cocina y el amor brillaran en toda su intensidad. Vale.
(Tradução)
A Convenção sobre gastronomia regional, foi realizada no Rio de Janeiro. As delícias culinárias de chefs de todo o vasto e belo Brasil brilharam e claro, no final de cada sessão, comemos todas aquelas delícias que nos fizeram os moradores mais agraciados deste planeta chamado terra. A mandioca e tapioca foram apenas uma pequena amostra da minúscula riqueza cultural da culinária brasileira. Carnes e frutas, peixes e vinhos que tinham absorvido todos os congressistas. Amostras que eram a culminância de um ano de trabalho dos chefs dessa nação irmã. Eles haviam trabalhado com coragem, ousadia e paixão, haviam coberto cada canto deste vasto território e recolhido para nós as receitas dos povos indígenas e das grandes cidades. Em sua diversidade têm os seus tesouros. Saí cedo para tomar banhos de sol nas praias de Copacabana, contemplar o mar e sentir a espuma nos meus pés. Caminhava respirando o ar fresco, a brisa me enchia o rosto da delicia do mar. As ondas com a sua música compassada e rítmica me levaram a pensar na dança, na batucada, samba, no lúdico movimento das mulheres daqui - que nestas terras são únicas e tem o ritmo no corpo. Eu já tinha visto uma mulata de fogo - Carla, as palavras falham-me para descrevê-la, de verdade, eu a vi e fiquei sem palavras. Eu não tinha palavras. Estava em êxtase. Claro, ela mulher sábia, mulher tocada por Vênus, percebeu meu espanto. Veio até mim, me pegou pelo braço e me abraçou. Claro, ela sentiu sair de mim faíscas de amor, que do meu corpo brotavam luzes, e que sua pele me dava calafrios. Resultando para minha surpresa, paradoxos de que a vida oferece, ela era uma chef que veio de Recife, e desde o primeiro dia tinha me visto. Eu também vi, mas não reparei muito nela. Os vestidos longos que usava no Congresso esconderam seus encantos. A partir desse momento mágico fomos unha e carne. Ela por sua vez, explicou como eles prepararam a carne de capivara, ervas, sais e bifes deu como resultado um prato desta região que era uma iguaria suculenta. Ao concluir sua apresentação, foi felicitada, todos provamos aquela delicia. Um vinho branco nos deu mais calor do que ela me provocava. O café foi o cume... Mas ela, a minha grande mulata, cozinheira de altos voos é claro que tínhamos o mais simples dos planos: ir à praia, colocar nossos trajes de banho e ir jogar um futebolzinho de areia com outros chefs que se juntaram à folia. As pernas de minha mulata, que o futebol havia formado, eram duas colunas que suportam o peso do universo. Seu sorriso e encanto tão cheio de luz, de sol, ar e plenitude, fez meus olhos e de muitos outros chefs causar inveja, ser uma atração lúdica e plena de pensamentos passionais. Terminou o jogo, ela marcou três gols e infelizmente eu era o goleiro, os seus tiros foram mais precisos do que Pelé, Garrincha e Kaká. Eu por mais esforço que fizesse nunca poderia parar as bolas chutadas por suas maravilhosas pernas e fim.. Pois essa é a história, minha querida Carla. Até ai eu posso contar. Sou cavalheiro a moda antiga e não posso contar o que veio depois, o que eu vivi com minha mulata, é um segredo, um segredo que guardo com selo brasileiro. Mas os ensinamentos da Convenção Regional, o sabor dos pratos que gostam todos os brasileiros, foram uma grata experiência. Minha mulata bela demais, chefs ilustres e eu ... fizemos com que a alta cozinha e o amor brilhasse com toda a sua intensidade.
Tradução: @Mariah_diniz
Colaboração: @UiarahYasmini
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